martes, 30 de junio de 2009

El tirano - Gralia Herrera (cuento)

A las dos de la mañana, el hombre la llamó.
-Estoy en su puerta.
Los dos niños dormían. Su primer impulso fue decirle no, no es posible albergarle ahora, sabiendo el riesgo que correrían, sin embargo, le respondió:
-Un momento, ya le abro.
Le acomodó el sofá de la sala. Él tenía frío y no tenía ganas de hacer nada, pero era un compromiso. Afuera llovía a cántaros. Le ofreció un té caliente y unas cobijas.
-Buenas noches, dijo ella.
-Buenas noches, fue la simple respuesta del hombre.
-No hablaron más que lo imprescindible. Ella se marchó a su cuarto, y supuso que el hombre se iría a dormir.
-Qué rara sensación la de esconder perseguidos. La tensión a veces era insoportable. Estaba cansada.
-El hombre no dormía, tampoco. Tenía el rostro adusto, quizás por el peligro o los sufrimientos. Pensaba en cómo sabría si pasaba algo grave o si debía partir a ayudar a tiempo, en este fin del mundo. La pobre aldea no tenía mucha comunicación y no quería ser muy molesto con la esposa del compañero, aunque él le había dicho que era discreta y confiable, no sabía hasta dónde podría saber lo que pasaba si algo se complicaba.
-Justo hoy que íbamos a matarlo, no se apareció el muy hijo de puta. Envió a un delegado. El viejo era raro, como si adivinara lo que le esperaba. Todos estábamos allí paralizados. Esperando. Mi amiga me dijo antes de partir que no fuera y tuve un mal presentimiento ¿O quizás fue miedo? Pero es la causa, la vida misma...
-Un chillido lastimero de ave nocturna interrumpió mis pensamientos ...
-De repente como a las tres, tocan de nuevo a la puerta. La mujer se levanta y abre de nuevo.
-Es el compañero, el esposo. Empapado, con los zapatos llenos de barro, ropa sencilla y vieja, pero llevada con dignidad, viene con firmeza aunque cansado. Abraza a su mujer, me saluda al verme aún despierto en el sofá.
-Vinieron a mi cabeza las mismas escenas de cuando mi padre llegaba a casa y abrazaba a mi madre cuando yo era un niño. Hay quietud, silencio. La mujer se va. El compañero habla por fin: No quiero asustarte, pero...
Y yo respondo interrumpiéndole:
-¿Han salido vivos? ¿Lo han hecho?
El hombre responde:
-Algunos han caído...y de hoy en adelante no estaremos seguros...(lo dice con una desgarradora desesperanza)
Y la pregunta de fuego
-¿Ha muerto el maldito?
-Sí.
Mi pensamiento ahora es liviano como una pluma...no me importa lo que pase. Ha valido la pena.

viernes, 19 de junio de 2009

El otro niño de Maira - Domingo Gómez (cuento)

Ayer, cuando eras un niño, la vida era tan sencilla: consistía en levantarse temprano, ir a la escuela y pasarse la tarde jugando, sin mortificarse mucho, sin pensar para nada en el futuro. El presente de aquel tiempo era tan perfecto que soportaba un vistazo a un mañana.

Hoy, por el contrario, la vida se te ha hecho muy difícil. Esta mañana te vi salir temprano a vender tu bandeja de quesos y me acordé de que hace apenas un año te levantabas a la hora que querías.

Porque más que no trabajar, hiciste de tu vagancia una religión, hasta que Maira salió embarazada y te la hicieron llevar y te diste de golpe contra la superficie áspera de la vida.
Desde el momento en que vendiste la primera lonja de queso en la parada de autobuses sentiste un deseo incontrolable de orinar, pero el baño estaba fuera de servicio y si te orinabas en el árbol de la rotonda sería a conciencia de que perjudicarías tu negocio.

Entonces recordaste la forma en que nos divertíamos orinando cuando éramos niños; de las competencias para ver quién llegaba el chorro más lejos, de esos domingos en que nos subíamos a los árboles a orillas del camino real y le enseñábamos los bimbines a las hijas de doña Hucha.

Quisiste por eso volver a ser niño, sólo para descremarte como los perros en la goma de un carro y sin que nadie dijera nada.

Saliste de la parada a paso rápido, deseando de todo corazón que nadie te detuviese. Pero lo hicieron. Primero fue un limpiabotas que te regateó tanto el precio que tuviste que regalarle el queso para salir de él. Una señora te detuvo para pagarte un fiado que no esperabas cobrar y de paso te preguntó por Maira y el bebé, y finalmente, para empeorar tu mala suerte, te salió al paso el equipo de béisbol del barrio y tuviste que aguantarte las ganas quince minutos más, en los que volviste a tener despierto tus sueños de niño de ponerte una capa y convertirte en Supermán, no para salvar al mundo, que por ti se podía ir a la mismísima mierda, sino para desde el aire causar un pequeño diluvio. Pero tú sabías que si pudieras no lo harías, porque la vez que estuviste más cerca de volar fue cuando de niño nos robamos aquel enorme cartel de un candidato presidencial y con él construimos aquel avión de papel de proporciones descomunales.
Como tú eras el más flaco y bajito de todos te ofreciste para hacer el vuelo de prueba.
Recuerdo la mirada con la que desafiaste las fuerzas de la naturaleza aquella tarde y tu cara ensangrentada cuando juraste jamás montarte en un avión.

Cuando despachaste a los jugadores, saliste de la carretera decidido y entraste en el camino real con rumbo al río. Ahí dejaste caer la bandeja de queso, te bajaste la bragueta aprisa y lanzaste un largo chorro como cuando niño.

Observaste como los orines diferenciaban del agua por la línea amarilla que dejaban. Te acordaste que cuando niño, en ese mismo río, hundiste miles de barquitos de papel en las tardes en que sólo deseabas perder el tiempo.

Fue cuando te sacudías que te diste cuenta del líquido picante en tus piernas, del olor inconfundible y tuviste certeza de la realidad en que te encontrabas por primera vez.
Cerraste lo ojos con fuerza y con mucha rabia y cuando los volviste a abrir estabas acostado de lado en la cama, con los ojos de Maira fijos en los tuyos.

—Te measte — dijo ella.

Pero tú sabías que la cosa no era tan sencilla y que desde ahora Maira no te vería tan hombre.
-Mierda- dijiste, pero te habías mostrado vulnerable y de ahora en adelante, serías un segundo niño para ella.

viernes, 12 de junio de 2009

Fe motivada - Winder García (cuento)


-Quiero ser monja, papá-. Con esas palabras saludó mi
ex-novia a su padre aquella mañana.

La había conocido en el colegio cuando cursábamos el
bachillerato. Específicamente en la clase de física. No era la mejor,
pero por sus bellos ojos azules, aquel pelo lacio y su cuerpo,
se le podía perdonar cualquier desconocimiento...

Capitaneaba el grupo de porristas y era la más codiciada
por los chicos del plantel. Una prima en común nos presentó.
Confieso que no la sorprendí, pero como no era muy buena ni
en matemáticas ni en literatura, mi fuerte, utilicé esas deficiencias
a mi favor. Ahí empezó nuestra historia.

Al principio sólo me hablaba en la semana de exámenes.
En ese tiempo se mostraba muy cariñosa. Esto fue lo que la
perdió porque se enamoró de mí y aceptó ser mi novia. Antes
de conocerla era un perfecto desconocido en la escuela pero
después de mi noviazgo con ella, llegué a ser codiciado por las
chicas y envidiado por los varones.

Mi padre era un abogado famoso en la región y mi madre
la directora del colegio. Quizás esto influyera en que don
Armando me aceptara de novio para su hija y que confiara en
mí para salir con ella los fines de semana.

Ella me prometió que la noche de sus quince se entregaría
a mí. Esperé esta fecha con anhelo mientras en el colegio las
chicas me veían distinto y me coqueteaban y a veces hasta se
me brindaban.

Las demandas no me interesaban en lo absoluto. Poseía
a la chica más bella del colegio.

La visité dos días antes de la fiesta y le recordé la promesa.

-Te cumpliré-. Fueron sus frías e inspiradoras palabras.

Esa noche cené en su casa. Su padre me preguntó qué quería
con su hija.

-Lo mejor- le contesté.

A continuación pronunció un kilométrico discurso. Recuerdo
que dijo que su hija debía ser respetada, que ya no tendríamos la
libertad de antes, que habría un día para visitarla; y lo más importante,
que hablaríamos en la sala en presencia de la madre. Esas
palabras no me preocuparon en lo absoluto. Mi mente estaba
en la fiesta, quería irme a casa y acostarme para que durmiendo,
la noche terminara rápido.

Al día siguiente estaba enfermo. No pude asistir al colegio.
Tomé tres tipos de té y la fiebre no cedió. Mi amigo Iván fue a
visitarme al ver que falté a clases y le confesé que debía sanarme
para la fiesta.

-Lo que te enfermó fue esas ganas que tienes de majar con
Julia. - Esas palabras dieron en el clavo. Mi amigo tenía razón,
pero ni idea del remedio de sanarlo. A las 5:40 a.m., me sentía
mejor, pero aún no sano.

Fue un día de perro, pero a las cuatro de la tarde ya estaba
en pie.

-Necesitarás Viagra...

Quizá si le hubiese hecho caso la historia sería otra.

Llegué a casa de mis suegros aún un poco mareado. Mi novia
traía puesto un largo vestido blanco y era la reina del salón.
Para matar el tiempo, que sentía correr muy lento, me dedique
a tomar alcohol de forma casi olímpica lo que me hizo ver un
poco torpe cuando cumplí con el compromiso de bailar el vals
con la quinceañera.

Los invitados empezaron por fin a retirarse a la medianoche.
Cuando todos se habían marchado, mi novia salió a despedirme.
Vi en sus ojos el deseo de faltar a su promesa.

-Creo que hoy no podremos. . o eso entendí que escuchaba.
La sujeté, la besé, quise decirle que no podía faltar a su
palabra, que llevaba mucho tiempo esperando ese día, que yo
dependía de ella y esa noche. No fue necesario decir nada, con
el beso ella entendió. Dijo que entrara por la ventana a su cuarto.
Su prima me facilitó una botella de ron. Entré a la habitación,
me acosté en la cama con la botella en la mano. Era un fastidio
esperar. Me prometí que nunca esperaría a nadie y menos por
amor. Cuando ella entró la botella ya iba por la mitad. Se sentó
en el rincón. No podíamos hablar. Era su primera vez ¿Y cómo
empezar? Al acercarme su mojado rostro le dio un sabor más
agradable al beso. Por segunda vez en la noche mis besos hablaban
por mí. Ella se desnudó y se acostó, y en tono sugerente
me dijo, Hazlo.

Sin describir la torpeza que cometí al quitarme la ropa, me
lancé sobre ella.

-Despacio, por favor, despacio. -tal vez escuché eso.

-¿Y ya? -Eso sí lo escuché al terminar.

-Para eso me presionabas. Ésta era tu dichosa prueba de
amor.

No pude decirle nada. Me retiré.

Una semana después supe que se había ido a un convento.

De algo estoy seguro: fui la inspiración de que ella decidiera
ser santa.

jueves, 11 de junio de 2009

El sueño del soldado - José Ignacio Frion (cuento)

Hundido en el interior de la trinchera, los pies inmersos en
el espeso barro, muerto de miedo, aterido y viendo el mundo a
través de su máscara de gas, en los campos de batalla de Europa
aquel duro invierno de 1916, el soldado soñaba con la paz y la
victoria, en un intento de olvidar la terrible situación que estaba
padeciendo, utilizándolo como una vía de escape y liberación
mental, imprescindibles para poder seguir resistiendo, lo único
real a lo que se podía aspirar en aquellos trágicos momentos.
Y su mente navegaba lejos, sin límites ni fronteras, pensando
que si ganaban la guerra y llegaba la paz, la llevaría a ver el mar,
que como él, nunca había visto, y la llenaría de estrellas de mar,
de veleros, de gaviotas y...
Un enorme estruendo le devolvió a la realidad, y de inmediato
una lluvia de metralla cayó a su lado, al tiempo que un
diabólico repicar de disparos y el estruendo de mil explosiones,
ensordecían el mundo.

Después, solamente la efímera calma.
Y el soldado volvió a soñar que soñaba, que si ganaban la
guerra y llegaba la paz, la llevaría al sur donde existía una lejana
y extraña tierra llamada España, de la que había oído hablar un
día, donde las naranjas y las cerezas inundan el paisaje, el sol
siempre brilla, el vino corre generoso por las gargantas y...
No pudo continuar, nuevamente los sonidos de la muerte
se hicieron amos de todo, y hubo gritos de dolor, y de miedo, y
juramentos, y trozos de carne humana por los suelos, y la sangre
manchando el lodo de las trincheras, y otra vez el siniestro
silencio.

***

Y los pensamientos volvieron a la mente de aquel soldado
que no quiso la guerra, que no quiso matar, ni morir, y siguió
soñando que si ganaban la guerra y llegaba la paz, engendrarían
nuevas vidas por el amor y para el amor, y los días serían de
felicidad, y el pan y la miel abundarían, los pájaros y las mariposas
volarían libres por los cielos, las ß ores cubrirían aquellos
campos de muerte y...

Pero la paz nunca llegó para aquel soldado, y no hubo barcos,
ni estrellas en ningún cielo ni mar, ni mariposas en otro sueño,
ni vino, ni miel, ni naranjas de lejanas tierras, y la única victoria
fue la de la muerte con su eterno y obsceno silencio.

miércoles, 10 de junio de 2009

Con Chiara en el parque - Ramón Gil (cuento)

Ese sábado me levanté a las ocho, porque la cita era a las diez y siempre me toma una hora vencer la modorra del sueño. Había quedado en ver a Chiara. Ella insistía en que nos reuniéramos en la universidad, pero yo, hastiado de aulas, pizarras y tiza, sólo quería un lugar apacible en donde pudiera rozarle el brazo o susurrarle alguna frase íntima sin la presencia de algún oído intruso, escuchándonos.

Al final ganó mi propuesta. Cuando subíamos los tres o cuatro peldaños que conducían a un banco del parque, Chiara inició el diálogo. Empezó hablando de su soledad y de sus decepciones. Pero ya yo lo sabía porque me lo había contado Freddy cuando nos encontramos en el súper.

Después hablamos de mí, pero no por mucho tiempo porque le recordé las fotos que me había prometido. Entonces Chiara sonrió y pareció iluminársele el rostro. Abrió una carterita coquetísima de muñeca barbie y extrajo el álbum.

En las primeras fotos había una Chiara distinta a la muchacha que sentada a mi lado parecía hasta tímida. La Chiara de las fotos posaba en interiores blancos y rosa, en seductores interiores negros, en fin, en todos los colores imaginables. En otras, Chiara sin sostén, con los senos cubiertos con las manos, o por una simple pluma que apenas cubría el manjar de sus pezones. Y más adelante, fotos de Chiara de frente, con la mirada de una gata en celo, o de espaldas con sus hermosas nalgas blancas esperando que la besen, gritando en un lenguaje de celuloide por un toque suave de manos o un roce de lengua entre las piernas. Cuando cerré el álbum Chiara me miraba y sonreía. Yo no sabía que hacer.

¡Ay, muchachita! Tú no te quieres, atiné a decirle. Chiara acentuó su sonrisa. ¡Tengo hambre! dijo de sopetón. Lo que me sorprendió muchísimo porque las mujeres rara vez dicen esto en una primera cita.






Pasada la sorpresa, la invité a que comiéramos algo en una cafetería. Mientras caminábamos, me preguntó que cuál frase italiana me gustaba más si “Ti amo” o “Ti voglio bene”. Le dije que la primera y ella se decidió por la segunda porque era más secreta y se parecía menos al español ¿Y qué tiene de malo el español? Me atreví a preguntarle “Nada” dijo ella, pero hablar en español me hace sentir desnuda.

Sonreí. Me parecía extraño que le preocupara la desnudez del idioma y se mostrara tan poco recatada con la desnudez del cuerpo. “Tú no entiendes” dijo y pareció ponerse seria. Le pedí disculpas y ni siquiera sabía porqué. “Olvídalo” dijo Chiara y cuando entramos en la cafetería y ordenamos los jugos y los emparedados ya ella había olvidado el diálogo anterior.

¿Cómo te gustan las mujeres? Se aventuró a preguntar: “Con dos tetas, dos piernas, una vulva y una boca” le contesté. Chiara se echó a reír. “Eres un perro”, me dijo. Después el señor de la cafetería nos trajo todo y empezamos a comer. “Me gusta estar contigo”, susurró ella. “Buen provecho, Chiara”. Le contesté yo.

Éramos los únicos clientes de la cafetería a esa hora. El señor que nos atendió, el dueño supuse yo, se entretenía mirando un programa de entrevistas en donde los políticos prometían una y otra vez, acabar con las miserias de este y del otro mundo.

“Acércate un poquito”, dijo ella mientras se limpiaba la boca. Cuando pegué el oído a sus labios, me preguntó en un susurro si la quería. “Mucho”, le contesté pensando de nuevo en las fotos y sin poder apartar de mi imaginación su ombligo perfecto, la curva descendente de su vientre y esa mirada de pantera en acecho que transmitían tan bien todas sus fotos íntimas. “Pues dímelo siempre”, reclamó ella.

Iba a decirle una frase en italiano cuando el señor que suponía el dueño, se nos acercó y nos preguntó si deseábamos algo más. “Sólo la cuenta”, le dije. Cuando el hombre se apartó ya había olvidado la frase.

Pagué y salimos de la cafetería. Tenía pensado abordar el primer taxi que me encontrara, pues era todo cuestión de rutina: encontrar un taxi, invitarla a un hotel, hacer el amor, dejarla luego cerca de su casa, adiós y hasta la próxima cita.

Pasamos frente a cinco o seis taxis y no me atreví a montarla en ninguno. Lo que hice fue todo lo contrario de lo que acostumbro. Me fui conversando con ella hasta su parada y sintiéndome un poco avergonzado por lo que había pretendido hacer.

“Ya te quiero” dijo ella deteniéndose de repente y mirándome de lleno en los ojos. “Anjá”, dije yo, incómodo conmigo mismo y sin lograr apartar las malditas ganas de revolcarme con ella.

“Con que no me crees” se quejó ella. “No es eso”, le dije. Pero no me atreví más. Creo que ella me leyó las ganas y la cobardía en los ojos porque no dijimos nada por un momento. Así llegamos a la parada.

“Dame un beso antes de que venga la guagua”, me pidió Chiara. Se lo di suave como se da un beso de pena, pero sentí que algo empezaba a rompérseme dentro.

En realidad, no tuve mucho tiempo para pensar en ello porque vino la guagua y no hubo tiempo para más. Al doblar la esquina, Chiara todavía agitaba la mano. Gesto que para mí era inútil, pues no calmaba en absoluto, la desazón de su partida.

lunes, 8 de junio de 2009

Rompiendo Filas - Óscar Zazo (poema)

¨… y ella se lo agradeció con una mirada azul que le hizo enrojecer. Una mirada de esas por las que un hombre de los de antes era capaz de hacerse matar en el acto.
( La pasajera del San Carlos. A. Pérez-Reverte.)


¨Soldao¨ de la vieja guardia
romántico sin remedio
me vieron en el asedio
cara al viento y en vanguardia

Espada y alma en lo alto
el amor en bandolera
con su nombre en mi bandera
quise tomarla al asalto

Cuestión de acoso y derribo
poco riesgo, cosa hecha
mi montura bien pertrecha
mi corazón muy altivo

El amor curioso juego
alma serena, pie firme
antes morir que rendirme
primera línea de fuego

Quise firmar armisticio
al tenerla frente a frente
la derrota era evidente
y saber perder va de oficio

Algunos ojos de mujer
hacen saltar las alarmas
(y) tomes o depongas armas
llevas siempre las de perder

Ya caían mis defensas
sin la más mínima intención
de evitar una rendición
sin considerar la ofensa



Su sonrisa y su cabello
me dejaron indefenso
presa de un dolor intenso
mientras tocaba “a degüello”

Batiéronse en retirada
mi ilusión y mi arrogancia
con más prisa que elegancia
como tropa en desbandada

Bandera blanca hecha harapos
yo ya estaba de su lado
ya, cautivo y desarmado
y ella tocando ¨ arrebato¨

Rompo filas convencido
que en la próxima andanada
quisiera que se encontrara
en la trinchera conmigo

Enfrentar armas de mujer.
riña cruel y canalla
lucha en desigual batalla
que se termina por perder

En la guerra y en el amor
conviene mentalizarse
(que) pueden las cosas tornarse
cambiando de mal a peor.

Trueque - Omar Messón (Poema)

No me sangra la absurdidad del día

ni me conmueven las luciérnagas cojas,

ni sucumbo ante las volutas epidermis

que hacen desde el púlpito tosquedades insomnes,

que plantan sin reparos pormenores súbitos

pero comparto tranquilo la soledad del sol

y las valientes propuestas de la noche;

comparto un beso atribulado que ha rodado

desde la congestión de un labio

hasta el perfume que se posa en otro labio.

Puedo compartir el sudor de un cuerpo que resbala

por las sinuosas pasarelas del delirio

y puedo trocar –si es preciso-

una flor roja por la placidez de una sonrisa.

miércoles, 3 de junio de 2009

Negra (Poema) - Moisés Muñiz

Negra es la creencia.

Negra es el alma de los hombres.

Negra es la noche cuando se acaba .

Negra la belleza cuando es frívola.

Negra es la libertad que se priva.

Negra es la luz.

El comienzo y el fin.

Negra es la historia.

La nada.

Negras nuestras raíces

Negra nuestra música.

Negra es la magia.

Negras son mis intenciones cuando te veo desnuda

Mi negra.

¿Dónde estarás autora de mis desgracias? (Cuento de Moisés Muñiz)

¿Dónde estarás autora de mis desgracias? Es cierto que por ti conocí a los más grandes de la literatura, a quienes no quiero siquiera mencionar para no reavivar mi eterno dilema de quién es el mejor, quien es universal y quien no, o cuál es más puro o más original, quien ha influido más en los intentos que he hecho por escribir, en fin, no es el momento de caer en esas tontas discusiones internas que al fin y al cabo me llevan a Melville, Cervantes, Fuentes, Neruda y porqué no, a Márquez, a Kundera o a Suskind, y hasta a Zazo, a Gil o a Messón, que creo no los conoce mucha gente pero que para mí son muy buenos. Pero sigamos con lo nuestro. Decía, ¿Dónde estarás autora de mis desgracias? Aunque también de mis alegrías y de mis logros; de mis pasiones y mis desenfrenos; de mis sueños. Es imposible pensar en ti sin caer en las mismas reflexiones de siempre: y es que realmente por ti soy lo que soy. Recuerdo aquel día que te conocí. En ese momento comenzó mi carrera loca por la erudición sin ningún fin, sólo para perseguirte y demostrarte (demostrarme) que no eras más que una simple larva de las letras. O ¿qué te crees, que no puedo vivir sin tus descabellados caminos de palabras entrecortadas y sin ninguna esencia literaria? ¿Que tu arte para desmenuzar las grandes obras de los grandes escritores y hacer de sus despojos un montón de disparates, de basura literaria sin ningún sentido, es lo mejor que me ha pasado? Para nada, sabes que te aborrezco y si te tuviera en mis manos te aplastaría como a otro bicho cualquiera con mis brillosos zapatos; sí, ya sé que por ti los tengo también; bueno, a fin de cuentas para ser bibliotecario tengo que vestir bien y poner el ejemplo. Esta es la casa del conocimiento y yo soy su representante, ni modo que ande por ahí mal vestido y mugriento como tú. Yo no. Yo soy un intelectual. Según lo que leí en una enciclopedia virtual (si, ya sé que no sabes qué es), “el intelectual medita, reflexiona, discurre, se inspira, goza, busca, investiga, analiza, discierne, desmenuza, razona, contrapone conceptos, filosofa, organiza las ideas, proyecta, imagina, especula, atribuye causas a los efectos y efectos a las causas, interconecta fenómenos, en fin, hace uso de las limitadas, pero a la vez, vastas capacidades de la mente humana”. Eso es lo que yo hago y he hecho después de que te conocí. Sin embargo, tú no. Tú ni siquiera te acercas a ese término tan profundo y selecto. Quizás podrías llamarte una outelectual.

Pero, ¿Dónde estás mal nacida? Te he buscado entre todos los estantes de esta inmensa biblioteca, en todos los archivos, en todas las gavetas, en todas las cajas, en el piso, en el falso piso, entre las paredes, en todos los rincones de este salón del saber y no sé de ti. Y pensar que todo empezó con ese insignificante librito. Ese día estaba desempolvando los estantes de la segunda planta cuando me encontré con ese pequeño tomo escrito por ti. En esos tiempos todavía no era “El Bibliotecario” de la más grande biblioteca de la ciudad. Era un simple amo de llaves (porque siempre me han gustado los títulos) y nadie me tomaba en cuenta. Antes de abrirlo, en la portada, ya había sido cautivado por la huella imborrable de tus trabajos. Luego pasé página por página, siguiendo con cuidado y una curiosidad enfermiza el trazo de tus ideas y me fue imposible detenerme hasta que llegué a la última, esa que dice fin. A partir de ese momento me convertí en tu cazador. Hace ya más de treinta años que ocurrió ese encuentro contigo (ese encuentro conmigo mismo ya que me puso en el camino del saber) y hace treinta años que dejé de barrer para leer. Pero hace treinta años que no te encuentro.

Recuerdo el día en que el director, al verme pasar más tiempo con un libro en las manos que con la escoba, me ofreció el cargo de asistente. Fue uno de los momentos más felices de mi vida. Pero no por el hecho de tener otro tipo de empleo, o de ganar más dinero, sino por estar más cerca de ti. Ahora tenía licencia para cazarte.

Desde ese día te he buscado sin ningún resultado. He pasado y repasado las páginas de cada uno de los volúmenes de este sagrado recinto y no he podido encontrarte. He recorrido cada una de las librerías, bibliotecas y compra ventas de libros tratando de dar contigo pero he fallado. Me he topado con tu trazado en muchos de los libros que he devorado ávidamente. Tus rastros se ven por todos lados en cualquiera de los grandes clásicos, en los contemporáneos y hasta en los inéditos, pero aunque es tu firma, no eres tú, no es tu nombre. ¿O será que no quiero entenderte cuando me hablas? Como aquel día (aquella vez) cuando leía “Las mil y una noches” y siguiéndote de cerca en cada una de sus palabras, en cada una de sus páginas, como si hubiesen sido escritas por ti, me encontré con esas palabras interrumpidas en las últimas páginas del libro.

En la página ochocientos treinta y cinco del primer volumen de la primera edición de mil novecientos setenta y dos, en la oración que comienza con “Oh madre de Abdalah”, faltaba la letra h. En la página ochocientos treinta y siete, en la misma ubicación anterior, donde se lee “Azogue dijo”, faltaba la letra u. Luego en la página ochocientos treinta y nueve, de igual forma, en el mismo lugar de las palabras anteriores (como si hubieses atravesado con tu lengua de carpintero simétricamente cada una de ellas a propósito) en la palabra “mago”, faltaban las letras m y a. En la próxima, la ochocientos cuarenta y uno, en la continuación de la palabra “desenvainó”, la letra n y la o no estaban. En la página ochocientos cuarenta y tres, en la palabra “contemplaciones” no se veía bien la letra o. En las últimas dos páginas, en la ochocientos cuarenta y cinco y ochocientos cuarenta y siete no faltaba ninguna letra, pero un pequeño agujero parecía señalar dos palabras que terminaban la oración junto a las otras letras puestas en orden: estas palabras eran amaestrados y mono. Con los años de lectura había desarrollado una habilidad única para formar palabras con letras de diferentes oraciones sin darme cuenta, como si tuviera otro par de ojos siempre atentos a este inútil juego, y al ver estas me asusté tanto que cerré el libro y no volví a leer por una semana. Juntas decían “humanó o amaestrados mono”. Pero mi rigor crítico me permitió leer “humano o mono amaestrado”.

Ese incidente fortuito no hizo más que agravar mi locura por encontrarte y continuar mi búsqueda, perdido entre las páginas de un libro, periódico, revista o cualquier documento que contuviera letras y papel. En todos encontraba tu rastro, tu estilo único de escribir, tu influencia, tu firma, pero en ninguno estabas tú. Sólo tu olor.



Aunque no te conozca, eres mi autora más admirada, la más universal, la más genial. Creo que nadie te ha admirado ni deseado más que yo, aunque sólo sea para aplastar tu cabeza de insecto y ver toda tu materia gris desparramada entre las páginas de tus propios libros.

¿Dónde estarás, autora de tantos crímenes literarios, de tanto genocidio intelectual? ¿Dónde estarás maldita larva come libros?

Días de lluvia - Óscar Zazo

No debería ser tan triste,
La belleza bucólica del cielo gris,
ni el relativo brillo que la lluvia deja
en las hojas, en los tejados o en el asfalto.

No debería ser tan triste
el olor a sumisa tierra mojada,
que me transporta a otros tiempos,
ni el sonido monótono
de las gotas contra el tejado
que llega a mis oídos
como una melodía decadente
con sabor a vieja canción.

No debería ser tan triste
mi fijación distraída en la gota
que perezosamente baja
por el cristal de mi ventana,
ni tampoco, el esperar lánguidamente
a que las sombras lo invadan todo
permitiendo ya solo intuir
los tonos grises color de lluvia.

No debería ser tan triste,
pero en los días lluviosos,
los sonidos, los olores y los colores
solo me hablan de ausencias
que se bebieron mi alma.