No me sangra la absurdidad del día
ni me conmueven las luciérnagas cojas,
ni sucumbo ante las volutas epidermis
que hacen desde el púlpito tosquedades insomnes,
que plantan sin reparos pormenores súbitos
pero comparto tranquilo la soledad del sol
y las valientes propuestas de la noche;
comparto un beso atribulado que ha rodado
desde la congestión de un labio
hasta el perfume que se posa en otro labio.
Puedo compartir el sudor de un cuerpo que resbala
por las sinuosas pasarelas del delirio
y puedo trocar –si es preciso-
una flor roja por la placidez de una sonrisa.
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