viernes, 19 de junio de 2009

El otro niño de Maira - Domingo Gómez (cuento)

Ayer, cuando eras un niño, la vida era tan sencilla: consistía en levantarse temprano, ir a la escuela y pasarse la tarde jugando, sin mortificarse mucho, sin pensar para nada en el futuro. El presente de aquel tiempo era tan perfecto que soportaba un vistazo a un mañana.

Hoy, por el contrario, la vida se te ha hecho muy difícil. Esta mañana te vi salir temprano a vender tu bandeja de quesos y me acordé de que hace apenas un año te levantabas a la hora que querías.

Porque más que no trabajar, hiciste de tu vagancia una religión, hasta que Maira salió embarazada y te la hicieron llevar y te diste de golpe contra la superficie áspera de la vida.
Desde el momento en que vendiste la primera lonja de queso en la parada de autobuses sentiste un deseo incontrolable de orinar, pero el baño estaba fuera de servicio y si te orinabas en el árbol de la rotonda sería a conciencia de que perjudicarías tu negocio.

Entonces recordaste la forma en que nos divertíamos orinando cuando éramos niños; de las competencias para ver quién llegaba el chorro más lejos, de esos domingos en que nos subíamos a los árboles a orillas del camino real y le enseñábamos los bimbines a las hijas de doña Hucha.

Quisiste por eso volver a ser niño, sólo para descremarte como los perros en la goma de un carro y sin que nadie dijera nada.

Saliste de la parada a paso rápido, deseando de todo corazón que nadie te detuviese. Pero lo hicieron. Primero fue un limpiabotas que te regateó tanto el precio que tuviste que regalarle el queso para salir de él. Una señora te detuvo para pagarte un fiado que no esperabas cobrar y de paso te preguntó por Maira y el bebé, y finalmente, para empeorar tu mala suerte, te salió al paso el equipo de béisbol del barrio y tuviste que aguantarte las ganas quince minutos más, en los que volviste a tener despierto tus sueños de niño de ponerte una capa y convertirte en Supermán, no para salvar al mundo, que por ti se podía ir a la mismísima mierda, sino para desde el aire causar un pequeño diluvio. Pero tú sabías que si pudieras no lo harías, porque la vez que estuviste más cerca de volar fue cuando de niño nos robamos aquel enorme cartel de un candidato presidencial y con él construimos aquel avión de papel de proporciones descomunales.
Como tú eras el más flaco y bajito de todos te ofreciste para hacer el vuelo de prueba.
Recuerdo la mirada con la que desafiaste las fuerzas de la naturaleza aquella tarde y tu cara ensangrentada cuando juraste jamás montarte en un avión.

Cuando despachaste a los jugadores, saliste de la carretera decidido y entraste en el camino real con rumbo al río. Ahí dejaste caer la bandeja de queso, te bajaste la bragueta aprisa y lanzaste un largo chorro como cuando niño.

Observaste como los orines diferenciaban del agua por la línea amarilla que dejaban. Te acordaste que cuando niño, en ese mismo río, hundiste miles de barquitos de papel en las tardes en que sólo deseabas perder el tiempo.

Fue cuando te sacudías que te diste cuenta del líquido picante en tus piernas, del olor inconfundible y tuviste certeza de la realidad en que te encontrabas por primera vez.
Cerraste lo ojos con fuerza y con mucha rabia y cuando los volviste a abrir estabas acostado de lado en la cama, con los ojos de Maira fijos en los tuyos.

—Te measte — dijo ella.

Pero tú sabías que la cosa no era tan sencilla y que desde ahora Maira no te vería tan hombre.
-Mierda- dijiste, pero te habías mostrado vulnerable y de ahora en adelante, serías un segundo niño para ella.