domingo, 13 de junio de 2010

Servilleta - Winder García - Cuento

¿Matarías por ella?

Esto lo había atormentado toda la noche. Esa llamada de su
rival y el amor profesado a Glenda, no le permitían disfrutar del
café con leche que ya se enfriaba.

Recordó la noche que la conoció en el Pj´S, estaba con el
mexicano que degustaba una enchilada, ajeno del mundo.
El mexicano le quedaba de espaldas y ella de frente. El
extranjero no notó que le estaban levantando a su hembra y
seguía comiendo.

La muchacha fue al tocador y Juan la siguió. En el pasillo
cuando trató de hablarle, ella le dio un beso y volvió a su
mesa.

Cuando los novios pidieron la cuenta y se marcharon, Juan
no podía apartar su mirada de la muchacha.

Se acercó a la mesa y vio como por descuido una servilleta
doblada. La tomó y notó que había labios pintados. Eran de ella,
reconoció el color. Y había escrito un número telefónico.

Ocho meses después, el mexicano se enteró que Glenda tenía
un amante y a golpes le hizo confesar su número telefónico y
su nombre.

Juan estaba en Pj´S cuando lo llamaron.
¿Matarías por ella? Oyó que le preguntaban y entonces supo
que ya no tendría escapatoria.

La Sombra entre mis Sábanas - Minelys Sánchez

Tropecé con su mirada esta mañana y quise morir de verg
üenza. Me sentía asquerosamente culpable. No podía mirarlo,
no. Hacía tanto tiempo que me vigilaba. Se paraba frente a mi
cama todas las noches. Pero mamá y Lorenzo, juraban que era
sólo el producto de mi miedo. Cierto. Siempre me asustaba la
oscuridad y me aterraba que mi madre se alejara.


Ayer noche, desde que mamá salió, la sombra se metió entre
mis sábanas. Se tendió a mi lado y metió una mano entre mi
ropa íntima. Su dedo gordo y caliente se deslizó en mis partes.
Un calor placentero me invadió toda y me ablandé como spaghetti.
-¿Te gusta?- me susurró al oído y su respiración fogosa
me abrió la carne y me endureció los senos recién nacidos. –Sí-,
contesté temblando.

Apoyó un hierro duro y ardiente en mi trasero y lo rozaba
con la misma velocidad con que el dedo agitado iba y venía más
y más hasta que roncó como si le clavaran una puñalada y se
dejó caer sobre mí, medio muerto.

La sombra partió en silencio. Y yo quedé ahí. Confundida.
Mojada. Y nunca más he podido mirar al tío Lorenzo.