sábado, 6 de marzo de 2010

Persecución - José Ignacio Frion - Cuento

Resultaba normal que al finalizar el largo y tedioso día, cuando caía la tarde y llegaba la noche, sentir tras de sí aquella oscura e insistente presencia, tan pesada como una enorme losa. Pero lejos de inquietarse lo más mínimo, daba la impresión de que estuviese acostumbrado a ella de una manera que pudiera calificarse hasta de familiar. Ya ni siquiera se extrañaba en absoluto de que siguiera sus pasos allí donde fuera o se encontrara, ni que le espiara en todos y cada uno de sus momentos y movimientos, vigilancia que continuaba y no cesaba ni en el interior de su dormitorio, hasta llegado el momento en que tras la cena y al acostarse, después de leer las acostumbradas cuatro páginas de un libro, apagara la luz.

Lo que a pesar de todo no lograba comprender muy bien, era el porqué de aquel tenaz seguimiento que lo hacía estar continuamente alerta y a la defensiva, de manera que sintiese la necesidad de volver la cabeza cada quince o veinte segundos, para irremediablemente encontrarla allí, fría, oscura, enigmática, cercana, y a un tiempo distante. Incluso hasta se atrevería a decir, que en cierta manera, amenazante.

En un principio pensó que quizás pudiera tratase de un alma en pena vagando por la eternidad, o quién sabe si del fantasma de algún hombre o mujer quemados en la hoguera en los tiempos de la Santa Inquisición. Sin embargo, tomó la decisión de que por el momento lo mejor y lo más práctico sería ignorarla totalmente, para ver si de esa forma ella se aburría y dejaba al fin y para siempre de perseguirlo.

Recordaba con cierta tristeza, aquella vez en la que estuvo dando vueltas alrededor del faro del muelle durante más de dos horas, para ver quien de los dos se cansaba antes, hasta que tuvo que dejarlo, tras constatar que le fallaban las fuerzas para poder continuar, sintiéndola tras de sí en todo momento, aunque a veces pareciera que la dejaba atrás.






O aquella otra, la vez que puso una cuerda entre el picaporte de una puerta y una farola para que ella tropezara cayera se partiera la crisma y poder así eludir aquella maldición.

Tardó más de seis meses en darse cuenta de que la “Perseguidora”, como finalmente la bautizó, resultaba en realidad mucho más constante y obstinada de lo que en un primer momento pudo llegar a pensar, lo que le llevó a la preocupante y terrible conclusión de que no sería nada fácil desembarazarse de aquella pesadilla, si un buen día sintiera que su presencia se había vuelto harto molesta, peligrosamente absurda, e innecesaria en exceso.

Nunca en todo aquel largo tiempo de tenaz seguimiento, había intercambiado con ella ni una sola palabra o gesto, y evidentemente mucho menos alguna sonrisa. Era como si cada vez que la viese se tratara de algo nuevo o desconocido, a pesar de que hacía ya mucho tiempo, tanto que ni siquiera lo recordaba, que había advertido su presencia. Él por su parte, evitaba realizar ningún movimiento en falso que hubiese podido hacerle temer algún mal desenlace.

Tampoco su “compañera” mostraba el más mínimo interés en tratar de relacionarse con él, limitándose simple y llanamente a observarlo y seguirlo de cerca y de continuo. Mientras tanto, guardaba su secreto como algo absolutamente importante, sin hacer nunca el menor comentario con nadie, ni denunciarlo ante la policía, como alguna vez se le había pasado por la cabeza por si de algo peligroso pudiera tratarse. Muy al contrario, prefería realizar averiguaciones privadas, por su cuenta y de forma clandestina, intentando averiguar quien podría ser “aquella” que nunca le abandonaba y le perseguía continuamente sin tregua ni reposo.

Un buen día, decidió irse del pueblo, errando durante tres jornadas por los montes, por si podía en aquellos agrestes parajes deshacerse de la misma, y volver a casa libre de aquella horrible pesadilla. Y hasta se le veía andando por las calles, disfrazado con unas enormes gafas oscuras, una abultada boina, y una bufanda alrededor de la cara, a pesar de que era verano, todo ello con el fin de no ser reconocido por aquella maldita “Perseguidora”.






Aquella noche a pesar de la insistente lluvia también pudo verla, decidiendo entonces que había llegado el momento justo de saber en verdad de quién podría tratarse. Tras doblar una esquina se escondió rápidamente, esperando que al aparecer a su lado pudiera abordarla, pero se desanimó al constatar que transcurría el tiempo y no pasaba absolutamente nada. Después, nada más echar a andar, ella volvió a aparecer de nuevo, limitándose como siempre a seguirle a corta distancia y en silencio.

Tomó la decisión de que al llegar a casa comentaría todo aquello con los demás, pero tuvo que desistir al momento, recordando con pena y tristeza, como hacía ya tiempo, en aquella única ocasión que se atrevió a hablar de ello en el comedor a la hora del desayuno, se sintió profundamente muy dolido y ofendido, ante la incredulidad, risa, y comentarios faltos de todo respeto que de su relato hicieron todos.

Consultando su reloj y seriamente preocupado por lo avanzado de la hora, aceleró el paso seguido siempre por su fiel acompañante, mientras comentaba para sí y en voz baja, lo tarde que era, y lo mucho que se enfadaban en su actual vivienda, el Hospital Siquiátrico Provincial, cada vez que algún residente llegaba tarde para la cena.