lunes, 14 de junio de 2010

Ahora que has vuelto, René - Omar Messón - Cuento


A René del Risco Bermúdez.
Por todo lo que le faltó por contar.



Te vi llegar, sé que no advertiste mi presencia, me cubrían las
columnas de la glorieta del parque Salvador, de mí sólo quedaba,
como siempre, una silueta deforme y degradada, quizás por eso
–creí yo- no me reconociste. Luego me daría cuenta de que no
podías reconocerme, estaba demasiado cambiado con esta calva
que detesto y con estos lentecillos de amolador de serruchos
que me dan un aire de retardado mental. Te vi llegar y fue como
verificar una regresión de improviso a nuestros años de juegos
en el muelle, fue regresar a las “cuerdas” del grupo que voceaba
en mi contra “Ton Melitón, cojo y cabezón, al unísono –cual
coro de ángeles infernales- sin saber que dentro de mí algo se
moría de impotencia y de rabia.

Ahora que me ves aquí lustrándote los zapatos no te habrás
dado cuenta de que he buscado en tu mirada esa profundidad
con certeza de tragedia inevitable que siempre te acompañó, y
encontré en tus ojos tal desconcierto, René, tal dificultad para
reconocer los objetos que dejaste; notaba que los recuerdos
bullían en tu cerebro, peleaban en una hilera interminable por
reconocerse patriarcas de tu saudade, martirizaban implacables
tu prematura cabeza encanecida. Pero, no podía haber dudas,
a pesar de la pipa que te da un aspecto de Sherlock Holmes, a
pesar de tu incesante mirada escrutadora, desconfiada y triste,
eras René, eras el ente que llegaba a violar los espacios de olvido que me impuse frente al mundo cuando te fuiste y dejaste a
este “Ton Melitón, Cojo y cabezón” varado para siempre en una
nave pútrida que atracó una tarde de azul liceísta en el parque
Salvador. No había lugar para las dudas, eras el mismo trágico
muchacho de siempre.

Asumo que, ataviado como estás con esa corbata de rojo intenso,
eres un hombre de mundo y los hombres de mundo sólo
piensan en la buhardilla de París y en los tortuosos y románticos
amores de una tísica europea, de una Margarita Gautier encadenada
a los vaivenes de las olas de su corazón; quizás nunca lo
advertiste, René, pero te vi llegar como quien llega perseguido
por la sombra de un postrer fantasma que amenaza acuchillarlo
un día en que el sol subyugue las palmeras. Siempre noté en
ti esa manera inquieta de triturar las horas a la manera en que
triturábamos el azúcar parda que recogíamos en el piso de los
vagones del muelle ¿te acordarás de esto, René? azúcar que a
todos nos endulzaba el alma, menos a ti que te dejaba un amargo
sabor a resentimiento y que te hacía correr despavorido hasta
tu casa a vomitar el pecado de tu angustia para que tu madre no
se enterara que estuviste violando sus reglas sacramentales. Así
eras, René. Nunca te lo dije, pero tu madre, esa santa que tantas
veces mitigó mi hambre, a veces se encabritaba y me lanzaba
miradas fulminantes que yo interpretaba como un insulto que
acaba en la expresión “...ese muchachito del demonio”, porque
yo no era como tú, René, tú eras el orgullo de tu familia, eras el
estudiante sobresaliente del cual sus padres se sintieron siempre
muy orgullosos, no había oportunidad que desperdiciaran para
hacerte saber que tú eras diferente, que nuestros padres nunca se
preocuparon como ellos por una esmerada educación como la
que tú tenías, y para nosotros nada de eso revestía importancia,
eras nuestro amigo. Y en realidad eras diferente, René, tenías
un dejo de adulto, un mesurado espíritu meditativo que hacía
que todos te tomásemos en serio cuando, terminada una sesión
de ensimismamiento poético, hablabas de la muerte como del estado superior de la condición humana, del non plus ultra de la
perfección, y nosotros ¿Qué vaina es esa? Y tú sólo te reías de
nuestra ignorancia; muchas veces llegaste a repetir que el cuerpo
humano era una especie de esponja impregnada por el hálito
vital y que cuando ese hálito vital pesaba demasiado, abandonaba
aquella esponja y la convertía en simple materia orgánica. Yo
nunca entendí lo suficiente, hasta que, a fuerza de soledades y
silencios, de incesantes recuerdos y de angustias, fui devorando
libros en la biblioteca pública y fui, con la lentitud de quien primero
debe responder a los requerimientos del estómago y luego
a las inquietudes intelectuales, conociendo a Kafka, a Camus y
Sartre en lecturas paralelas, a Moravia, a Lagervisk, a Joyce y a
otros tantos autores que me fueron acercando a tu sabiduría de
comelibros, sólo acercando, René.

Quizás no lo sepas, René, porque, en el campo literario, la
capital no mira mucho hacia las provincias, pero tengo la suerte
de participar en algunas peñas literarias en las que mis juicios son
bien aceptados y tu nombre siempre se menciona como una de
las promesas literarias de este país. Créeme René, siempre he
evadido hablar de ti, porque los amontonados recuerdos hacen
aflorar alguna lágrima que sale de su almacén de nostalgia para
manifestarse en cuerpo y alma y entonces ya no sirven para nada
los nombres de obras famosas, los ejercicios de memorización de
nombres de autores y de situaciones novelescas, ya sólo queda
el irrefrenable impulso de llorar.

¡Cuántos recuerdos, René! Nos pasábamos horas interminables
comentando las películas del oeste norteamericano.
Durango Kid era nuestro favorito ¡Qué hombrón, ese Durango!
Nunca lo vimos sin sombrero. No importaban las acrobacias
que realizara encima de su caballo, nunca claudicó aquel sombrero.
Recuerdo el día en que salimos de ver la película El perro
andaluz que realizaran juntos Luis Buñuel y Salvador Dalí, nunca
te había visto coger una cuerda tan grande, René. Para todos los
del grupo aquello era un adefesio de película, un clavo. Para ti no, René, para ti era una obra de arte, y todos nosotros a reír a
carcajadas y tú: que no me jodan bola de estúpidos, y nosotros:
que no jodas tú, que como era posible comparar aquella película
con las de Durango y con las de La Momia y El Santo. ¡Cómo
nos reíamos de ti, querido hermano! No tengo que decirte que
con el tiempo nos dimos cuenta de que aquella suerte de surrealismo
no podíamos digerirlo como lo digerías tú, artista precoz
y que hoy –justo es decirlo- me doy cuenta que tenías razón.

Te vi salir del parque, René y te he seguido para ver lo que
haces. Cuando te he preguntado si ibas a lustrar tus zapatos,
me has respondido con un “sí” ausente, como si lo hicieras
para que yo no te jodiera. Te has sentado aquí frente a esta
vellonera y pareces no reconocer a muchos de los muchachos
que conformaban nuestro grupo. A Pepín, lo tienes al lado, es
el borracho que te pidió una tercia cuando recién entrabas, está
dormido; Moncito, el dueño del negocio, tendrá que sacarlo a
empujones, como todos los días. A tu espalda, está Toñito, el de
Casilda, a pesar de la resonancia de la música, puedo escuchar
su monótona conversación versada siempre sobre su experiencia
como marino de un barco mercante que recorrió los cinco
continentes; hoy día Toñito vive del dinero que le puede enviar
su hijo desde Nueva York, dinero éste que termina –en su mayor
parte- en la caja registradora de este bar. A tu diestra está Braulio,
el de Antón, que fracasó en su intento de llegar a jugar béisbol
en las grandes ligas y que ahora es entrenador de las pequeñas
ligas en el poco tiempo en que el alcohol no hace estragos de
su maltrecho hígado. Y aquí estoy yo, lustrándote los zapatos,
de vez en cuando miro tus ojos apagados, tu expresión de lobo
de mar y tu irresoluta manera de enfrentarte a tu pasado.

Estoy terminando de muchas cosas, René: de lustrarte tus
zapatos de charol francés; de confirmar que no me reconoces y
de saciarme de creer que soy un ser sin importancia. No sé cuál
será tu actitud si te digo que soy “Ton Melitón, cojo y cabezón”,
pero estoy seguro de que no me recuerdas, de que nunca habrás pensado en mí, yo, en cambio, estoy terminando de lustrar tu
zapatos de charol francés y no me quedará más remedio que
verte partir como partirán para siempre las ganas que tengo de
abrazarte ¡hermano mío!

4 comentarios:

  1. Excelente cuento, a la altura del cuento de Rene del risco. Un gran homenaje a este gran escritor que se nos fue antes de tiempo.

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  2. Indiscutiblemente es un cuento magnífico que capta perfectamente el sentir y el estilo de René. Me parece que estas cosas deberían darse a conocer en el país y el extranjero.

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  3. José Octavio Román29 de junio de 2010, 13:49

    Es un interesante invento esto de escribir un cuento sobre un cuento.

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  4. Waooo, impresionante. Ho había leído una interpretación tan esplendente de Ahora que vuelvo Ton. Definitivamente hermoso. Reciba mis felicitacion, maestro Omar Messón.

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